Estás usando Métricas Vanidosas… ¿Apostamos?

Durante un par de años Fab.com fue la joya más brillante del ecosistema startup. Un sitio de diseño “cool”, con un logo colorido, cofundadores carismáticos y un relato de éxito que parecía imparable. En las conferencias de tecnología se hablaba de ellos con admiración, los inversionistas hacían fila para poner dinero, y cada mes la curva de crecimiento subía más rápido.

Era el tipo de empresa que hacía suspirar a los PowerPoint de Silicon Valley.

  • Un millón de usuarios nuevos”, decían.
  • Expansión a Europa”, “crecimiento récord”.

Y, sin embargo, tres años después, Fab.com se desintegró. Vendida por centavos, devorada por su propia narrativa de éxito. El diagnóstico fue brutal: medían todo lo equivocado: celebraban los registros, las descargas, los titulares, las rondas de inversión. Fab murió de éxito estadístico, intoxicada por números que aplaudían mientras el negocio se vaciaba por dentro.

Pero nadie preguntó lo esencial:

  • ¿la gente vuelve?
  • ¿la ama alguien?
  • ¿hay valor real bajo tanto brillo?

Las métricas que seducen

Las métricas vanidosas son esas cifras que acarician el ego pero anestesian el juicio. Son como espejos deformados: te devuelven una imagen de grandeza, pero no muestran la grieta. Todos las hemos usado alguna vez —visitas, seguidores, descargas, proyectos entregados, horas facturadas— porque dan la ilusión de control en un mundo que no lo ofrece.

El problema es que no preguntan nada incómodo. Son narcóticas: endulzan el dashboard y tranquilizan a los directivos. Un número grande es como una palmada invisible en la espalda del liderazgo.

Hasta que un día, cuando todo parece funcionar, algo se rompe. Y descubrimos que no hay correlación entre sentirnos bien y estar bien.

Las métricas que transforman

“Si una métrica
no cambia la forma en que te comportas,
es una mala métrica.”
Alistair Croll
Lean Analytics

Las métricas accionables no son las que brillan, son las que duelen. Son esas que obligan a actuar distinto mañana. Las que te hacen cambiar una decisión, una conversación o un hábito.

Fab tenía todas las métricas correctas para impresionar a la prensa, pero ninguna para mejorar su producto. Si alguien hubiera seguido la tasa de recompra —esa pequeña métrica sin glamour— habrían visto la hemorragia.

La cultura del “hacer para mostrar”

Detrás de toda métrica vacía hay una cultura que confunde movimiento con progreso. Una organización obsesionada con producir porque le cuesta aprender.

Sense & Respond Press lo describe con precisión: vivimos en una economía donde el output se volvió un sustituto del outcome. Donde “hacer mucho” parece sinónimo de “hacer bien”. Pero si el hacer no produce aprendizaje, solo acumulamos ruido. El management tradicional ama los números porque tranquilizan. Son una manera elegante de decir “todo bajo control”. El problema es que los números no piensan. Y si nadie los cuestiona, se convierten en el nuevo opio corporativo.

Aclaremos la diferencia entre Outputs y Outcomes con un ejemplo:

Un jardinero medía su jornada por la cantidad de semillas que planta. Cada tarde, orgulloso, anotaba cuántas semillas ha dejado caer sobre la tierra (“Outputs“). Su libreta estaba llena de números, y los números lo hacían sentir eficiente. Hasta que un día levantó la vista y se dió cuenta de que el jardín seguía igual de vacío. Las semillas estaban, pero no habían echado raíz. Entonces dejó de contar lo que plantaba y empezó a contar lo que realmente florecía (“Outcomes“). Descubrió que menos semillas, cuidadas con atención, transforman más el paisaje que miles arrojadas sin mirar.

Data-driven no es number-driven

“Data-driven” se ha vuelto otro mantra hueco. Una promesa de objetividad que, en manos equivocadas, se transforma en otro teatro de métricas. En cambio, lo number-driven es el viejo vicio con traje nuevo: coleccionar datos como trofeos, sin conversación, sin reflexión, sin consecuencia.

Ser data-driven no significa tener dashboards llenos, sino decisiones más sabias. Es preguntarse:

  • ¿para qué sirve esta métrica?
  • ¿qué comportamiento quiero provocar con ella?
  • ¿qué aprenderé si se mueve?

El propósito de los datos no es confirmar lo que creemos, sino revelar lo que no queremos ver. Y ese, precisamente, es el tipo de verdad que las métricas vanidosas evitan.

Cuando los números aplauden demasiado

Fab no fue una excepción. Microsoft también vivió su propia tragedia métrica con el infame stack ranking: un sistema de puntuación interna que convertía a los equipos en gladiadores. Las universidades, por su parte, siguen midiendo excelencia por cantidad de papers, no por su impacto real.

En todos los casos, la lógica es la misma: cuando una métrica se convierte en objetivo, deja de ser una buena métrica. Medir se volvió un acto político. Quien controla la métrica, controla la narrativa.

Y por eso tantos líderes prefieren los indicadores que brillan a los que incomodan. Es más fácil vivir con dashboards felices que con preguntas difíciles.

La verdad detrás del brillo

Fab no murió por falta de talento, ni de inversión, ni de visión. Murió porque nadie quiso ver lo que los números no mostraban. En cada reunión, los gráficos subían y las sonrisas también. Hasta que un día, todo cayó —y solo entonces se descubrió que la curva de crecimiento era una curva de negación.

Medir sin aprender es como escuchar un eco y creer que es una voz. Las métricas vanidosas son así: te hacen sentir bien hasta el día que te destruyen. Son los aplausos que anuncian el naufragio.

Y quizás, en esta nueva era de datos, la madurez real consista en volver a preguntar lo que creíamos respondido.

¿Te ayudamos a verlas?

En Itera ayudamos a las organizaciones a reeducar su mirada sobre los datos. A pasar del dashboard complaciente a la decisión consciente.

Porque la verdadera transformación no empieza cuando medimos más, sino cuando nos atrevemos a mirar distinto.

En el contexto actual necesitamos información validada por expertos. Déjanos guiarte con una mirada proyectada desde experiencias reales.