Sentient Development Manifesto, Parte 1

1. Contextos


1.1. Disclaimer:
No estamos en contra de la tecnología

  1. Este manifiesto no es una crítica al avance de la tecnología. Muy por el contrario: nace desde la admiración y el asombro por las posibilidades que la inteligencia artificial, los codebots y los agentes autónomos están abriendo para la humanidad.
  2. No nos oponemos al progreso técnico. Lo que cuestionamos es el progreso sin dirección ética, el avance sin conciencia, la innovación que deja atrás a las personas en lugar de elevarlas.
  3. Nos preocupa que, una vez más, el motor dominante detrás de una revolución tecnológica no sea el propósito, sino el rendimiento; no sea el beneficio compartido, sino el revenue corporativo. Nos preocupa que se repita la historia donde el poder técnico es secuestrado por quienes pueden monetizarlo más rápido, no por quienes lo comprenden más profundamente.
  4. No nos oponemos a que existan codebots. Nos oponemos a que su existencia sea utilizada como excusa para reemplazar sin transición, para excluir sin debate, para automatizar sin responsabilidad.
  5. No nos oponemos a que existan orquestadores humanos de bots. Nos preocupa que, al ocupar ese rol, estemos —sin darnos cuenta— entrenando a nuestras propias sustituciones, cerrando el camino para nuevas generaciones de profesionales que ya no tendrán la posibilidad de aprender haciendo.
  6. Rechazamos la lógica del crecimiento infinito como medida del éxito. No porque sea económicamente ineficiente, sino porque es inhumana. Creemos en modelos de propiedad como el steward ownership, en reinversión comunitaria, en tecnologías que respondan al bien común y no al capital sin alma.Este manifiesto no es una nostalgia por el pasado. Es una invitación lúcida a diseñar el futuro, antes de que lo hagan otros sin preguntarnos nada.

1.2. Preámbulo:
Por qué necesitamos este manifiesto ahora

Vivimos un momento de transformación radical en la historia del desarrollo de software. La irrupción de la inteligencia artificial generativa y, en particular, de los agentes especializados en generación de código —los codebots—, no solo está cambiando las herramientas que usamos: está reformulando las estructuras mismas del trabajo, del conocimiento y de la colaboración entre personas y máquinas.

Ya no se trata de “acelerar” el desarrollo. Ni siquiera de “asistir” a los desarrolladores humanos. Se trata de reemplazar gradualmente al desarrollador como figura central del proceso de creación de software, y delegar su rol a sistemas que, con un input de lenguaje natural, generan código funcional end-to-end. Historias de usuario que antes tomaban semanas, ahora pueden resolverse en horas. Y lo que parecía imposible —que una máquina pudiera interpretar, construir, testear y entregar— hoy es parte del flujo real en empresas pioneras.

Pero esta transformación no está necesariamente guiada por valores, ni por una reflexión ética, ni por un propósito colectivo. Al contrario: ya está siendo apropiada —como tantas otras veces— por grandes consultoras y agentes económicos que repiten viejas fórmulas. Detectan una ola, la inflan con hype, prometen eficiencia, venden velocidad. Y como antes lo hicieron con la agilidad, y la transformación digital, ahora lo hacen con la IA: paquetizan la tecnología, la visten de solución universal, y la ofrecen en forma de suscripciones, APIs cerradas, entornos de orquestación propietaria.

El relato es conocido: más rendimiento, menos personas; más performance, menos pensamiento. No hay conversación sobre el bien común, ni sobre la dignidad del trabajo humano, ni sobre la sostenibilidad del conocimiento a largo plazo. Solo presentaciones de ventas y números en un balance.

Y esta vez el riesgo es aún más profundo, porque ni siquiera habrá un intento de “acompañamiento humano” como ocurrió con la agilidad. En aquel entonces, al menos se contrataban coaches, se hablaba de mentalidad, se realizaban talleres. Hoy, ni eso: bastará con unos prompts, unos flujos configurados, y un discurso que promete hacer más, más barato y sin fricciones. Ya no se venderán personas disfrazadas de expertos. Se venderán sistemas que simulan ser expertos.

Por eso este manifiesto necesita nacer ahora:

  1. Porque ya vimos cómo se desfiguró un movimiento nacido desde la práctica para convertirlo en un negocio replicable.
  2. Porque esta vez, si no intervenimos, no se perderá solo una cultura: se perderá el oficio, la transferencia generacional, el sentido del trabajo como forma de crecer, aprender y aportar.
  3. Porque el futuro del desarrollo no puede ser automatizado sin alma.
  4. Porque el código también es una forma de pensar el mundo.
  5. Y porque el trabajo con máquinas todavía puede ser un trabajo humano.

Queremos escribir una nueva historia desde el inicio. Queremos trazar un camino para la colaboración entre humanos e inteligencias artificiales que no se base en la sustitución, sino en la conciencia. Que no sacrifique el futuro en nombre del rendimiento inmediato. Que honre la experiencia, el juicio, el criterio, y el valor de formar parte de algo más grande que una métrica.

No queremos repetir el error de las “transformaciones” falsas —revoluciones cooptadas por el mercado antes de madurar— donde la monetización y no el sentido común fué lo que les dio su fallida forma.

1.3. Orígenes:
De dónde venimos (Lecciones del Pasado)

En 2001, un grupo de 17 personas se reunió en las montañas de Utah. No buscaban crear una moda; buscaban superar un modelo de gestión que no reflejaba la naturaleza viva, incierta y compleja del desarrollo de software. Nació el Manifiesto Ágil, y con él una esperanza: que la colaboración, el feedback continuo y el pensamiento iterativo reemplazaran al control centralizado, al plan cerrado y a las ilusiones de certeza del waterfall.

Durante un tiempo, esa esperanza fue real. Los lightweight methods —Scrum, XP, Crystal, Kanban— demostraron que era posible trabajar con foco en lo humano, en lo simple y en lo valioso. Pero con el tiempo, esa llama fue absorbida por el mismo sistema que buscaba cambiar. La agilidad se convirtió en producto. Se empaquetó, se certificó, se vendió. Scrum se volvió dominante no necesariamente por sus virtudes, sino por su facilidad de “coachificación”. Aparecieron ejércitos de facilitadores formados en cursos rápidos, repitiendo rituales sin comprender principios. La cultura ágil fue reemplazada por roles, post-its y checklists. El mindset murió ahogado en sprints mal entendidos y retrospectivas vacías.

Las llamadas transformaciones digitales repitieron el patrón: se prometió una reinvención profunda, pero se entregaron capas de maquillaje. Se vendió “innovación” que no modificaba ni la arquitectura del poder ni la naturaleza de las ofertas. Muchas organizaciones compraron herramientas nuevas sin cambiar su manera de pensar, contrataron consultores sin darles acceso a decisiones reales, y confundieron diseño bonito con cambio estructural. Se vendieron toneladas de slides, talleres y labs… pero muy poca transformación auténtica. En el mejor de los casos, se logró modernizar la superficie. En el peor, solo se disfrazó la rigidez con vocabulario nuevo.

Y ahora, vemos la misma historia queriendo repetirse, pero con una diferencia crucial: esta vez no se trata solo de métodos, sino de máquinas.

No estamos ante una nueva forma de trabajo, sino ante un nuevo tipo de trabajador: el codebot. Y el riesgo es mayor, porque no solo se trivializa una cultura —como ocurrió con la agilidad—: ahora se trivializa al propio ser humano. Lo que antes se hacía mal con personas, ahora se hará igual de mal, pero sin personas. Lo que antes requería un ejército de consultores certificados, ahora se resolverá con una suscripción mensual.

Peor aún: en esta nueva ola, ni siquiera se tomará la molestia de que los facilitadores sean reales. No habrá más talleres, ni coaching, ni discursos motivadores. Habrá APIs, prompts, modelos propietarios y automatización sin alma. Y quienes orquesten esos sistemas —si no actúan con conciencia— se convertirán en ejecutores sin criterio de una lógica que promete eficiencia, pero erosiona el juicio, el aprendizaje y la humanidad del trabajo.

Frente a esto, el Sentient Development Manifesto no es un intento de rescatar la agilidad, ni de oponerse a la tecnología. Es una declaración: esta vez no vamos a dejar que la historia se repita sin oposición. Porque sabemos cómo termina.

(CONTINUARÁ…)

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