En el universo corporativo actual, marcado por la proliferación de procesos exhaustivos, dashboards, KPIs, OKRs y otros enfoques que buscan cuantificarlo todo, hemos llegado a una paradoja: medir mucho no garantiza comprender mejor. Y menos aún, actuar con sentido.
Con frecuencia, el impulso natural de líderes y equipos —sobre todo aquellos que están enfrentando transformaciones digitales, incorporando inteligencia artificial o adoptando frameworks ágiles— es asegurar el terreno mediante la medición rigurosa. Se buscan métricas desde el inicio, idealmente precisas, estandarizadas, comparables y permanentes. La intención es comprensible: quieren controlar el riesgo, justificar decisiones, rendir cuentas. Pero a menudo lo hacen demasiado pronto.
Y es allí donde entra en juego una distinción clave que, en Itera, hemos aprendido a valorar profundamente: Sensar no es lo mismo que medir, y no todo debe medirse perfectamente al inicio.
Sensar: medir sin complicarse (todavía)
Sensar, tal como lo entendemos, es realizar una lectura rápida, cualitativa si se quiere, no exhaustiva pero intencional, de lo que está ocurriendo. Es una forma ágil de aproximarse a la realidad: buscamos detectar señales evidentes, puntos críticos, patrones emergentes o desviaciones relevantes… sin esperar a que haya un instrumento formal para cada cosa.
Es, en cierto modo, el arte de medir sin obsesión, de generar información suficiente para comenzar a moverse con confianza —aunque no con certeza absoluta— y hacerlo de manera oportuna. Lo más importante no es que la medición sea completa, sino que sea útil ahora.
Esta práctica está alineada con varios principios fundamentales del Manifiesto Ágil. Dos, en particular, lo sustentan claramente:
- “Simplicidad – el arte de maximizar la cantidad de trabajo no realizado – es esencial.”
- “La entrega frecuente de software funcional es la principal medida de progreso.”
Ambos nos invitan a evitar el exceso de documentación, burocracia o validación exhaustiva que impida comenzar. Porque si esperamos a tener la medición perfecta antes de actuar, terminaremos paralizados o, peor aún, optimizando lo irrelevante.
Medir: exactitud cuando ya hay un terreno validado
Medir, en cambio, es necesario cuando el terreno ya ha sido explorado. Cuando hemos sensado, actuado, aprendido y entonces queremos confirmar, escalar, optimizar. Medir bien permite comparar, justificar inversiones, mejorar procesos, tomar decisiones sostenibles.
Pero medir desde el inicio, sin haber sensado, suele llevar a errores de enfoque: se mide lo que es fácil (como velocidad de entrega, cantidad de reuniones o líneas de código), pero no lo que importa (valor entregado, aprendizaje generado, adopción efectiva).
McKinsey en su libro “Rewired: The McKinsey Guide to Outcompeting in the Age of Digital and AI”, (Wiley, 2023) enfatiza la importancia de las métricas orientadas a resultados que impactan directamente en el valor del negocio, diferenciándolas de métricas basadas solo en actividades. Destaca que estas métricas deben estar alineadas con los objetivos estratégicos y operativos, y que permiten un seguimiento claro del impacto de las iniciativas digitales y de IA en el negocio.
Medir sin comprender el contexto, sin haber validado el terreno,
es como instalar un GPS en un mapa mal dibujado:
Puedes saber exactamente dónde estás…
pero podría ser un lugar irrelevante.
Agile es complicate on-demand
Uno de los aprendizajes más importantes que hemos incorporado desde hace mucho tiempo puede resumirse en una frase que se ha vuelto casi un mantra para muchos de nuestros clientes, en cuyos entornos no es raro escuchar lo siguiente:
Recuerden lo que nos dice itera:
“Agile es complicate on-demand.”
No se trata de negar la necesidad de sofisticación, sino de entender que esa complejidad debe emerger cuando se la necesita, no antes. El valor está en comenzar con lo más simple que podría funcionar, un principio de simplicidad accionable:
Actúa temprano,
Ajusta frecuentemente.
Sensar, entonces, es movilizarte y actuar temprano. Medir, es parar y ajustar cuando ya hay base suficiente para hacerlo.
Este mismo enfoque lo vemos reflejado en Crystal, que propone adaptar el rigor de la metodología al peso y riesgo del proyecto. Su creador, Alistair Cockburn, defiende la idea de que las metodologías deben crecer junto con el equipo y el proyecto, no imponerse rígidamente desde el inicio. Crystal promueve una suerte de disciplina ajustada y al mismo tiempo un desarrollo reflexivo, lo que en la práctica nosotros traducimos en: no midas todo desde el inicio; mide lo que haga falta, cuando haga falta.
En Lean Software Development, la idea de decidir lo más tarde posible y entregar lo más rápido posible también apunta en esta dirección. El tiempo invertido en crear sistemas de medición perfectos antes de tiempo es desperdicio, a menos que ya sepamos con certeza qué queremos medir.
Medir sin haber sensado podría ser un anti-patrón
Cuando una organización se lanza a medir sin haber sensado, comete uno de los anti-patrones más comunes de la agilidad empresarial:
- Se gasta tiempo y recursos en definir métricas sofisticadas para problemas mal entendidos.
- Se generan dashboards hermosos pero irrelevantes.
- Se confunde exactitud con sabiduría.
- Nos llenamos de métricas vanidosas en vez de accionables.
Y lo más grave: se actúa lento. Porque los procesos de medición rigurosos, sin claridad de propósito, se convierten en un freno en vez de un facilitador.
Este tipo de error va directamente en contra del espíritu iterativo e incremental que sustenta metodologías como Scrum. Allí se trabaja con la noción de Sprint: un ciclo corto con un objetivo concreto, donde al final se inspecciona y se adapta. Scrum no propone comenzar con toda la medición perfecta. Propone empezar, aprender y mejorar.
Lo que realmente importa es partir… con intención
Sensar permite partir. Y partir permite construir disciplina. Una disciplina liviana, ágil, mejorable. Si esa disciplina incluye un punto de evaluación constante —como recomienda Scrum con su Sprint Review y Retrospective—, entonces se genera un ciclo virtuoso: sensamos, actuamos, reflexionamos, ajustamos, y así nos aproximamos a una mayor exactitud con el tiempo.
Esta es una de las ideas más poderosas de la agilidad bien entendida: la perfección no es el punto de partida, sino el resultado de un proceso iterativo.
Lo más importante no es medir perfecto desde el inicio. Es adoptar una práctica repetible y mejorable.
Cuándo sensar y cuándo medir
Podemos resumirlo así:
| Contexto | Lo que más valor aporta |
|---|---|
| Ambigüedad, inicio, descubrimiento | Sensar: lectura rápida, no exhaustiva, pero con intención. Moviliza. |
| Validación, escalamiento, optimización | Medir: cuantificación rigurosa, seguimiento sistemático. Perfecciona. |
Sensar no reemplaza a medir, y medir no invalida a sensar. Pero invertir el orden puede costar agilidad, foco y sentido.
La perfección se esconde en lo sencillo
En esta era en la que los modelos de inteligencia artificial pueden procesar millones de datos en milisegundos y devolver respuestas de exactitud quirúrgica, el gran diferencial humano ya no será calcular mejor, sino sensar mejor. Percibir lo esencial, actuar con criterio antes que con certeza, y avanzar sin necesitar que todos los datos estén sobre la mesa. Porque como humanidad, no hemos llegado hasta aquí por tener siempre razón, sino por saber cuándo una intuición era suficiente para dar el siguiente paso.
Como escribió Antoine de Saint-Exupéry en su libro Tierra de hombres:
“La perfección se alcanza,
no cuando no hay nada más que agregar,
sino cuando no queda nada más que quitar.”
Sensar es, precisamente, ese acto de quitar lo accesorio para quedarnos con lo esencial. Y es en esa capacidad de discernir sin complicarnos innecesariamente, donde reside uno de los mayores aportes que los humanos aún podemos hacer en un mundo cada vez más automatizado.
Volver a mirar el sentido común
La agilidad no propone caos, ni desprecia la medición. Lo que propone es sensatez, coherencia y sentido común. Medir cuando se justifica, y sensar siempre que se pueda. No complicarse antes de tiempo. No optimizar antes de validar. No buscar perfección desde el inicio, sino permitir que emerja como resultado de una práctica bien sostenida.
En Itera acompañamos a nuestros clientes a cultivar estas capacidades: sensar inteligentemente, medir con propósito, y construir disciplina desde el hacer. Porque en entornos complejos, la agilidad no comienza con exactitud, sino con dirección.


